Reflexiones sobre la universidad
Me pide Adela Muñoz que escriba mis reflexiones personales sobre la universidad y accedo con gusto porque la universidad española necesita repensarse y rediseñarse. Nuestras universidades siguen siendo instituciones organizadas y gobernadas con estructuras del siglo XX, pensadas para superar el periodo de la dictadura, mientras que el mundo en que se insertan tiene ya poco que ver con aquel tiempo. Al operar como hace 40 años, la universidad española contribuye a anclar la sociedad en su pasado en lugar de proyectarla hacia el futuro, lo que debería ser una de sus funciones esenciales.
Un buen ejemplo es nuestra actividad docente, protagonizada aún hoy por el trinomio clase magistral + apuntes + examen. ¿Podemos seguir enseñando ajenos a la revolución del conocimiento globalizado? Parece como si asumiéramos nuestro papel en una representación teatral en la que hacemos participar al estudiante con el señuelo de un título adquirible en cómodos plazos. ¿Hasta cuándo aguantarán nuestros estudiantes esa representación? Visiten www.edx.org y concluirán que no falta mucho para que las empresas empiecen a dar prioridad a un diploma EdX, con el marchamo de Harvard, Stanford o el MIT, frente a nuestros títulos “oficiales”.
Las universidades locales podemos ofrecer algo muy valioso que los “massive open online courses (MOOC)” no tienen: la gran oportunidad del contacto directo profesor/estudiante, la cercanía al profesor que es además un investigador que explora los límites de su campo de conocimiento. Pero si malgastamos esa ventaja en clases magistrales con formato medieval, y relegamos la investigación a una actividad burocratizada, la sociedad no tardará mucho en mandarnos a paseo.
Ya sucedió en la edad moderna, cuando muchas universidades españolas, incluida la nuestra, se convirtieron en simples vendedoras de títulos, desconectados de la ciencia del momento y orientadas al mantenimiento de los ingresos de los clérigos que las regían, que consideraban la cátedra una forma particular de canonjía. Aún no estamos ahí, por supuesto, pero el mundo corre a velocidad crecientemente acelerada y nosotros parecemos flotar en un universo diferente, relajados en la seguridad de nuestros ingresos mensuales, pagados puntualmente por nuestros conciudadanos gracias a sus impuestos. Me pregunto si no es ésta una forma encubierta de privatización.
La ley nos otorga a los empleados públicos de la universidad el derecho de administrar de forma autogestionada el presupuesto que los ciudadanos nos confían. Ese pacto solo tiene sentido si demostramos un incansable afán de mejora para ofrecerles una universidad a la altura del tiempo en que vivimos. Creo que la universidad española tiene que experimentar una profunda transformación, pedagógica y organizativa, para no perder la confianza que los ciudadanos han depositado en nosotros, pero dudo de que todos los que conformamos la comunidad universitaria estemos convencidos de la necesidad de esa renovación. Antes o después, los ciudadanos nos lo exigirán.
Sebastián Chávez de Diego
Catedrático de Genética