¿Y la divulgación qué?
Me ha hecho mucha ilusión que Adela me haya invitado a escribir en su página. En el tiempo que la conozco he podido comprobar que es una mujer brillante y luchadora, no solo por su carrera universitaria sino por la visibilidad de la ciencia y de las mujeres. El tema sobre el que tenía que escribir quedaba a mi elección así que, puesto que últimamente he coincidido con ella en ‘saraos’ de divulgación y coincidiendo con su valiente paso adelante presentándose como candidata a rectora de nuestra universidad, he decidido hablar sobre eso, sobre la divulgación científica (a la que dedico bastante tiempo desde hace cuatro años) en general, y la divulgación desde la Universidad en particular.
¿Es necesaria la divulgación de la Ciencia? Me atrevería a decir que más que nunca. Sí, a lo mejor estoy exagerando, pero voy a tratar de explicarme. En pleno siglo XXI, inmersos hasta las trancas en tecnologías procedentes de avances científicos (con probabilidad casi 1 usted está leyendo esto en un ordenador o en su smartphone), una podría esperar (puede que también peque de ingenua) que la sociedad fuese cada vez más escéptica y más crítica con todo aquello que no estuviese respaldado por evidencias científicas. Una podría esperar que en este siglo, tecnológico y avanzado, hubiesen quedado atrás creencias mitológicas, horóscopos e interpretadores de cartas. Pero la realidad, que abofetea que da gusto, nos muestra que no solo se mantienen estas sino que unas nuevas ‘religiones para modernos’ invaden nuestra sociedad con argumentos anti vacunas, medicinas homeopáticas (lo cual no deja de ser un oxímoron), poderes curativos con imposición de manos o argumentos de culpabilidad para los enfermos con bioneuromoción y otras gaitas. Y lo malo de estas creencias modernas es que, al contrario que el horóscopo por ejemplo, ponen en peligro la salud pública como ha quedado, desgraciadamente, demostrado este año. No es este el único pero sí uno de los motivos más importantes por lo que creo necesaria la divulgación de la Ciencia. Y, aunque no sea estrictamente necesario, estaría bien que instituciones como las universidades lideraran parte de esta divulgación, toda vez que en ellas se hace gran parte de la investigación científica de este país. O sea que, resumiendo este párrafo, la divulgación científica tiene, entre otras, como meta preservar a la sociedad de charlatanes que ponen en peligro su salud. O su dinero. Ya saben aquello de que tres cosas hay en la vida… Lo del amor es más complicado pero sí que la divulgación de conceptos básicos de matemáticas (ahora barro para mi casa) puede contribuir a alertar al ciudadano de estafas, injusticias y falacias muy extendidas entre la población. En definitiva, el conocimiento de la ciencia puede contribuir a formar ciudadanos más libres y menos manipulables.
Esta es la parte más seria de la divulgación científica pero tiene otros aspectos, muchos, igualmente interesantes. Por ejemplo, creo que la divulgación de la ciencia genera, gracias a las nuevas tecnologías y al altruismo de internet, un material de apoyo y consulta para los profesores de primaria, secundaria y bachillerato que puede ser usado para actualizar y mejorar los contenidos en sus clases. Ya sé que estos profesionales han cursado una licenciatura o un grado pero, como para todos, el período de formación no termina nunca. En ese sentido, los textos, vídeos, podcasts de divulgación científica proporcionan, a mi entender, una forma barata y eficiente de actualizar o ampliar conocimientos.
Por otra parte, en el caso de la divulgación hecha desde la universidad, es una cuestión de justicia social: la mayoría de los fondos que nos permiten trabajar provienen de fondos públicos, así como nuestros salarios. Es, por tanto, necesario que le digamos a la sociedad en qué gastamos esos dineros que nos hacen llegar. Pero no solo se trata de difundir los propios resultados, creo que en señal de agradecimiento del esfuerzo que realiza la sociedad con nosotros debemos intentar ir más allá de nuestra labor docente reglada y hacer llegar lo mucho o poco que sabemos por diversos temas a personas alejadas de nuestras aulas. No digo que se trate de una obligación ni mucho menos pero, como dice mi madre (que no solo nunca asistió a la universidad sino tuvo que dejar el colegio con nueve años para mantener a su familia y es de quien más cosas he aprendido en esta vida), es de bien nacidos el ser agradecidos.
La penúltima razón que voy a esgrimir a favor de la divulgación científica puede que sea egoísta, pero no por ello deja de ser una razón. Un grave problema al que se enfrenta la sociedad española es que no se valora la importancia de la ciencia, no hay más que leer el último informe de la FECYT sobre la percepción social de la ciencia y la tecnología. Si mostramos a la sociedad la belleza y, sobre todo, la trascendencia de la Ciencia podemos convencerlos de la importancia de la misma y de la necesidad de inversión en ella. Podríamos hacerles reaccionar ante la política de recortes en investigación que se están llevando a cabo en España desde hace años y sobre el derroche que significa para un país en crisis invertir en la formación de investigadores que tienen que abandonarlo, una vez formados con nuestros impuestos, y trabajar allí donde sí han entendido aquello de que no son los países ricos los que invierten más en Ciencia sino que los que invierten más en Ciencia son más ricos por ello. Desde luego no creo que esto se perciba así por parte de la sociedad española en general y ello motiva que los recortes en ciencia no causen casi nunca ninguna alarma social. Si conseguimos hacer llegar al gran público de la importancia de la ciencia para el bienestar general y para conseguir una economía robusta, todos saldremos beneficiados y la Universidad y sus investigadores serán los primeros.
Por último, pero no por ello menos importante, porque la ciencia es bella. Cualquier descubrimiento científico, cualquier aplicación a la tecnología es, casi siempre, una historia maravillosa y apasionante que contar. Me resulta difícil creer que alguien no se asombre ante los descubrimientos y avances de la ciencia. Y, además, con el panorama político y social que nos está tocando vivir, de lo único que se puede leer sin que la rabia, el dolor o la impotencia nos consuma, es sobre ciencia.
Llegados a esta línea creo que queda claro que estoy claramente a favor de la divulgación de la ciencia desde las universidades, pero ¿quién? ¿A cambio de qué? La segunda pregunta tiene sentido tras responder a la primera: no creo que sea una obligación de todos los profesores universitarios divulgar sobre ciencia, no. Al menos, no por ahora. En ese caso, si no todos lo hacen, si no es obligatorio, ¿por qué tendrían que hacerlo unos sí y otros no? La respuesta, hoy en día, es por gusto, por satisfacción personal, básicamente. No hay ningún reconocimiento a día de hoy por parte de la universidad. Es más, hay veces que sientes que algunos compañeros lo ven como un demérito. Así que termino estas líneas aprovechando la tribuna que se me presta para pedir a la próxima rectora (o al próximo rector) que, aunque la universidad tiene muchos asuntos más urgentes e importantes, haga todo lo que esté en su mano por conseguir algún tipo de reconocimiento para los que hacemos divulgación.
Mucha suerte, Adela.
Clara Grima
Catedrática de Escuela Universitaria, Departamento de Matemática Aplicada I