UNA UNIVERSIDAD MAYOR DE EDAD Y DE USO PÚBLICO.
César Moreno Márquez (Catedrático de Filosofía)
«Dimidium facti, qui coepit, habet: sapere aude, incipe
[Quien ha comenzado, ya ha hecho la mitad: atrévete a saber, empieza]»
(Horacio, Epístola II del Epistularum liber primus)
Hace unos días preguntaba a mis alumnos de primero del Grado de Filosofía por aquel famoso dictum aducido por Kant que tan genialmente resume el espíritu de la Ilustración. Sólo recordaban su primera parte. Me decían, no sin cierta timidez: Sapere aude! (que, si no hemos olvidado el latín, significa ¡Atrévete a saber!), y yo les respondía que le faltaba a ese atrevimiento u osadía algo decisivo para Kant: completar ese saber añadiéndole “por ti mismo”: atrévete a usar tu propia razón.
Por diversos motivos, vuelvo estos días a releer ¿Qué es la Ilustración? Estoy seguro de que a pesar de la distancia en el tiempo, después de los doscientos treinta y un años transcurridos desde 1784, a quien se acercara al opúsculo de Kant volvería a sorprenderle con fuerza (diría que casi como el primer día, quizás porque aún quisiera ir de ida, no de vuelta, como va el Hombre-Quemado) la intensa actualidad del desafío que se nos lanzó desde la lejana Königsberg. Lejos de incumbir únicamente a los filósofos, afecta al núcleo más íntimo de la formación del ser personal y del deseo-de-saber, sobre todo en el ámbito de los estudios superiores universitarios y, más globalmente (quisiera enfatizarlo aquí y ahora, por lo que nos incumbe en nuestra responsabilidad), al arco tensado hacia el futuro que debe seguir siendo, desde Sevilla a Königsberg, la voluntad de ese ideal que llamamos Occidente.
Al comienzo de su texto Kant lo deja demasiado claro:
«La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración».
En el texto, “propia” figura en cursiva. Este “propia” de la razón siempre es a la vez mi derecho y mi deber, pudiéndose declinar en singular o en plural. Tal como la piensa o sueña Kant, la razón de la Ilustración, o es propia, o no es razón ni ilustrada, y sólo así puede llegar a ser una razón común o compartida. No podemos dejar que Otro piense en nuestro lugar. Mejor dicho: no debemos creer y consentir –y menos propiciar- que “Otro” pudiese pensar por mí o por nosotros. Seguía luego Kant diciendo que
«La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela […]; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado! Tengo a mi disposición un libro que me presta su inteligencia, un cura de almas que me ofrece su conciencia, un médico que me prescribe las dietas, etc., etc., así que no necesito molestarme. Si puedo pagar no me hace falta pensar: ya habrá otros que tomen a su cargo, en mi nombre, tan fastidiosa tarea. Los tutores, que tan bondadosamente se han arrogado este oficio, cuidan muy bien que la gran mayoría de los hombres (y no digamos que todo el sexo bello) considere el paso de la emancipación, además de muy difícil, en extremo peligroso. Después de entontecer sus animales domésticos y procurar cuidadosamente que no se salgan del camino trillado donde los metieron, les muestran los peligros que les amenazarían caso de aventurarse a salir de él. […] Es, pues, difícil para cada hombre en particular lograr salir de esa incapacidad, convertida casi en segunda naturaleza. Le ha cobrado afición y se siente realmente incapaz de servirse de su propia razón, porque nunca se le permitió intentar la aventura. Principios y fórmulas, instrumentos mecánicos de un uso, o más bien abuso, racional de sus dotes naturales, hacen veces de ligaduras que le sujetan a ese estado».
Tras referirse a la «libertad de hacer uso público de su razón íntegramente», decía Kant que, sin embargo,
«oigo exclamar por todas partes: ¡Nada de razones! El oficial dice: ¡no razones, y haz la instrucción! El funcionario de Hacienda: ¡nada de razonamientos!, ¡a pagar! El reverendo: ¡no razones y cree! […]. Aquí nos encontramos por doquier con una limitación de la libertad. Pero ¿qué limitación es obstáculo a la ilustración? ¿Y cuál, por el contrario, estímulo? Contesto: el uso público de su razón le debe estar permitido a todo el mundo y esto es lo único que puede traer ilustración a los hombres».
Kant entendía por uso público el que cualquiera pudiera hacer como persona racional y mayor de edad. Y aducía algunos ejemplos. El que más me importa, en la brevedad que la presente circunstancia me exige, es el que se refiere a la diferencia entre ser maestro, o maestra, y funcionario, o funcionaria. En este sentido, creo que es a la condición de ser maestra, más que a la de ser meramente funcionaria, a la que se debe la Universidad en que creo, como espacio radical, más que cualquier otro, de pluralismo, apertura y libertad. No quisiera figurarme (en palabras de Kant) una Universidad funcionaria o servil, automática, pasiva, artificialmente unánime o dirigida y obediente.
* * *
No me extenderé más. Kant ha sido sólo un buen pretexto. Me parece inconcebible la idea de una Universidad no comprometida a fondo con la aventura del amor al saber (es decir, en un sentido profundo y englobante, filo-sóficamente comprometida) en todas sus expresiones, sin excepción; que no favorezca incondicionalmente la razón propia en su uso público y que no defienda a toda costa todas y cada una de las ocasiones, espacios y tiempos propicios para la reflexión que debe acompañar sus decisiones y proyectos.
Creo que así debe ser en todos los niveles de la comunidad universitaria, cada uno con su propia tarea y responsabilidad. En este sentido, y como ejemplo (pero no el menor de los ejemplos, desde luego, sino como un ejemplo-proa o estandarte, o como ejemplo capital), un claustro que no favoreciese el reflejarse e interactuar recíprocos que debiera darse, en el momento de la elección del Rector o de la Rectora, entre la máxima expresión de la comunidad universitaria y la propia Rectora o el Rector que hubiera de ser elegida o elegido para que se pusiera generosamente a la vez a su servicio y al frente de la misma, ese Claustro se desviaría gravemente (como una extravagancia o una aberración) tanto de la razón propia común como del uso público de la razón y las ideas que cabe desear para, y esperar de, la Universidad. Máxime cuando esa exigencia de reflexión y acogida recíproca entre toda la comunidad universitaria y su Rector/Rectora ha sido deseada y demandada –y aplazada, y escamoteada- en tantas ocasiones. Es la comunidad universitaria la que debe desear y exigir que la Rectora o el Rector sea suya o suyo mayoritariamente, en la medida de lo posible (en definitiva, yo quisiera tener la suerte de poder decir: mi rectora, o mi rector), y no de quienes en el claustro, más o menos mayoritariamente, y por una delegación muy legal pero a veces sin suficientes garantías, pudieran elegirle. Parte importante del prestigio de un Claustro plausible debería estar en función de su genuina representatividad (lo que resulta ser una tarea cotidiana) y de esta generosidad primordial y extra-ordinaria de ceder el Primer-Poder-de-Elegir, capaz de desmentir cualquier sospecha que pudiera suscitar la apropiación de un poder con una eficacia tan decisiva como la elección del Rector –o de la Rectora. Sólo un claustro generoso en este sentido, y sin complejos estaría en condiciones de ganarse la confianza de toda la comunidad universitaria.
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César Moreno Márquez (1961) fue becario de investigación del Ministerio de Educación y Ciencia entre los años 1985 y 1987. Obtuvo la titularidad de Filosofía en 1990 y fue habilitado como Catedrático de Filosofía en 2008. Fue presidente de la Sociedad Española de Fenomenología entre 1998 y 2006. Dirige en la actualidad, desde Febrero de 2014, Apeiron. Seminario de Filosofía.