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LA UNIVERSIDAD DE TODOS

La universidad, una de las instituciones más antiguas de nuestra civilización, es una empresa intelectual, la mayor de la sociedad, cuyo objetivo es la generación de nuevos saberes y la transmisión de los mismos a las generaciones que han de protagonizar el futuro. Como centro generador de ideas y de debate, ha sido enemiga en los regímenes totalitarios. Tal fue el caso de la española en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, en la cual surgieron los gobernantes de la Primera y Segunda República que fueron duramente represaliados durante la restauración borbónica y el franquismo, respectivamente. Los protagonistas de la Transición de la dictadura a la democracia también surgieron de la universidad.

 

A comienzos del siglo XXI el papel de la universidad es imprescindible en la sociedad del conocimiento dado que es el centro de formación de su principal protagonista: el capital humano. En este nuevo paradigma aparecen dos modelos de universidad que muchos quieren hacer antagónicos: la universidad “utilitaria”, que ha de producir los graduados que la sociedad demanda, y la universidad “literaria” en el sentido amplio del término, aquella en la que se cultivan todos los saberes independientemente de su aplicación inmediata. Algunos sectores de la sociedad que le otorga la financiación pública, el principal garante de la independencia de la universidad de las leyes del mercado y de intereses políticos espurios, plantean la necesidad de elegir entre ambos modelos. Por otro lado hay quien aboga por una universidad financiada con fondos privados; a éstos hay que recordarles que en los estados democráticos las universidades privadas nunca sustituyen a la pública, sino que la acompañan y complementan.

 

En la actual sociedad víctima de una dramática crisis económica e inmersa en un proceso de cambio de las estructuras políticas y revisión de las principales instituciones, a la universidad española se le ha impuesto una profunda, y en general traumática, adaptación al modelo Europeo de Educación Superior. Por otro lado, sobre la base de algunos de sus problemas endémicos y confundiendo las partes con el todo, se le han impuesto reformas de corte político desde el gobierno central del país, mientras que se organizaba una campaña de desprestigio a la que últimamente se están sumado varias formaciones políticas y medios de comunicación. Entre unos y otras están consiguiendo que una de las instituciones mejor valoradas de la sociedad esté empezando a ser percibida de forma negativa, sin que ello haya venido acompañado de la necesaria reorganización y mejora. Es imprescindible tomar medidas que inviertan la pérdida de prestigio que están sufriendo las universidades públicas.

 

Mi percepción de la universidad está indisolublemente unida a la de Sevilla, en la que terminé mi licenciatura en Química hace ahora treinta y cinco años. Fui una de las beneficiarias de la democratización, que algunos han calificado de masificación, de la universidad española a finales del franquismo. Fui un miembro de la “masa” que afortunadamente incluyó a muchas mujeres, a diferencia de lo que ocurría en las prestigiosas universidades inglesas o alemanas, donde la incorporación de las mujeres fue muy limitada hasta décadas posteriores. En la Universidad de Sevilla conviví con alumnos y alumnas procedentes de todos los estratos sociales, lo que dio lugar a la mezcla de clases que ha sido uno de los principales y más beneficiosos frutos de la universidad española de las últimas décadas. En ella he desarrollado mi carrera docente e investigadora, con frecuentes estancias en el extranjero, y con ella me siento comprometida como ciudadana que defiende los valores democráticos y progresistas.

 

Lo primero que me llama la atención como miembro crítico de la misma es que a pesar de ser la segunda universidad pública española en número de alumnos, no esté a la cabeza de ninguna clasificación regional, nacional o extranjera. Referirme a éste y a otros problemas que han dado una notoriedad indeseada a la Universidad de Sevilla, ha sido considerado por los responsables de la misma como un ataque a la institución. Otros compañeros que han intentado abordar un análisis racional de la US con anterioridad se han encontrado con una perniciosa “anemia democrática” y otros han hablado de “déficit democrático”. El hecho es que una institución que es grande por su capital humano ha sido regida durante demasiado tiempo por un reducido grupo de sus miembros, lo que la ha empequeñecido. Y esta gran institución que es la Universidad de Sevilla requiere el concurso de todos sus miembros para reorientar su rumbo de forma que dé respuesta a las necesidades y demandas de los nuevos tiempos.

 

Son muchos los desafíos que se plantean y para ellos no hay una respuesta simple, porque no podemos trasplantar modelos ajenos sólo porque hayan funcionado bien en otras universidades nacionales o extranjeras. Tenemos que adaptarlos a nuestras necesidades e idiosincrasia con el concurso y el consenso de estamentos que podría parecer que tienen intereses contrapuestos. Es necesario integrar y armonizar las demandas de universitarios de toda la amplia gama del conocimiento, que incluye desde las humanidades hasta las ciencias jurídicas, sociales y económicas, e incluye las ciencias, ingenierías, pedagogía o medicina, porque todos conforman una comunidad universitaria cuya principal riqueza es su pluralismo. En ella deben ser oídas las voces de todos los universitarios, tanto los estudiantes como los profesores y miembros del personal de administración y servicios. Porque todos, sin excepción, perseguimos el mismo fin: llegar a ser miembros de la mejor universidad posible.

 

Para hacer protagonista de su gobierno a toda la comunidad universitaria, éste ha de realizarse de forma transparente, habilitando cauces eficaces de participación para todos los estamentos. Y todos ellos han de rendir cuentas de sus decisiones al resto de la comunidad universitaria y a la sociedad. Porque la US es una gran universidad pública que ha de obtener sus fondos de la sociedad a cuyo servicio está para garantizar el acceso a la misma a todos los aspirantes que acrediten los méritos necesarios, desterrando toda discriminación ya sea por motivos económicos o de otro tipo.

 

Solo una universidad profundamente democrática, plural e integradora, transparente y en la que sus miembros actúen de forma responsable, puede dar a la sociedad el servicio que ésta le demanda y que justifica su existencia.

 

Adela Muñoz Páez

Sevilla, 25 de octubre de 2015